19.7.05

...

...Y despertó.
Los barbitúricos aun hacían acto de presencia en su organismo.
Sus ojos se abrieron poco a poco a la luz del mediodía que atravesaba por un pequeño cuadro en la pared, cubierto por un cristal corredizo.
El techo, cubierto por algún metal, que bien pulido podría servir de espejo, hacía el ambiente frío. Era una cámara pequeña hecha, al parecer, casi a propósito para ahogar a cualquiera en sus propios pensamientos y perderla en sus delirios.
Sus rojizos cabellos habían sido cortados y desperdigados por el suelo, dibujando cuatro senderos a través de las paredes.
La primera bocanada de aire vino acompañada por un aroma conocido. No era la primera vez que pisaba un lugar como este, pudo asumir su posición y por consiguiente, su estado, mientras trataba de adivinar el tiempo de su inconsciencia.
Sus labios secos, en un fallido movimiento similar a una mueca, intentaron proferir alguna frase para ella desconocida.
Observó en derredor, por las paredes corría un líquido rojo, proveniente de alguna fuente aun desconocida.
Arrancando de golpe el tubo conectado a sus venas, levantó las sábanas que la cubrían para saber que sus piernas no reaccionarían. Su cuerpo, a la orilla de el lecho intentaba levantarse.
La gravedad ganó la primera batalla, yaciendo así algunos instantes, dentro de su bizarra confusión una imagen impacta sus pupilas, ver el rojo torrente acercarse a ella, toda materia líquida agrupándose, mientras ella intentaba desesperadamente acercarse a la ventana; el aire se agotaba, su respiración era agitada al punto de empañar el techo.
La materia seguía su recorrido y cada segundo tomaba una forma mas sólida. Ondeaba en el marmóreo piso, mientras se deslizaba.
Sus piernas reaccionaron débiles, se sostuvo en ellas por dos segundos, mientras el espeso torrente se tornaba sólido, entonando un seseo aterrador, ondulando su camino, observándola desde el suelo con ojos de cobra.
Caminó a la ventana, abriéndola de abajo hacia arriba, al instante vio que de sus brazos ya no corría mas sangre, que dentro de su piel despedazada, ya no existía vida.
Asomó la cabeza, contando siete ventanas hacia abajo, y siete hacia el costado, se apoyó en ambos brazos, y dispuesta a salir impulsó su cuerpo.
Los rayos del sol tocaron su piel tersa, la calidez de la vida perforó su piel, haciendo gritar sus poros, desintegrándola en átomos de aire.

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