22.3.07

Garrapata (El Perfume- Patrick Süskind)

O como aquella garrapata del árbol, para la cual la vida es sólo una perpetua invernada. La pequeña y fea garrapata, que forma una bola con su cuerpo de color gris plomizo para ofrecer al mundo exterior la menor superficie posible; que hace su piel dura y lisa para no secretar nada, para no transpirar ni una gota de sí misma. La garrapata, que se empequeñece para pasar desapercibida, para que nadie la vea y la pise. La solitaria garrapata, que se encoge y acurruca en el árbol, ciega, sorda y muda, y sólo husmea, husmea durante años y a kilómetros de distancia la sangre de los animales errantes, que ella nunca podrá alcanzar por sus propias fuerzas. Podría dejarse caer; podría dejarse caer al suelo del bosque, arrastrarse unos milímetros con sus seis patitas minúsculas y dejarse morir bajo las hojas, lo cual Dios sabe que no sería ninguna lástima. Pero la garrapata, terca, obstinada y repugnante, permanece acurrucada, vive y espera. Espera hasta que la casualidad más improbable le lleve la sangre en forma de un animal directamente bajo su árbol. Sólo entonces abandona su posición, se deja caer y se clava, perfora y muerde la carne ajena.

20.3.07

Delirio

*Creen que no entiendo pero sí entiendo; le conozco la cara a eso que es horrible y que espera en lo oscuro, al otro lado de la puerta, quieto bajo la lluvia porque se escapó de donde lo tenían encerrado, y que espía con sus ojos vacíos hacia el interior de nuestra casa iluminada.


* [...] Y si él aprende a nombrarme me contamina, se vuelve dueño de mi nombre, y se me cuela adentro, llega hasta el fondo de mi cabeza y ahí hace su cueva y se queda a vivir para siempre, en un nido de pánico.

19.3.07

292

Me gustaba el número dos [...], el dos me permitía defenderme, el dos llenaba el vacío que hay entre tú y yo, en cambio, el tres me revienta la cabeza en un millón de pedazos.

18.3.07

Gabriela es...

El pájaro aporreado que teme volar
El enfermo que se rehúsa a la recuperación
La niña de ojos tristes
La mujer de penas largas
La de miradas nuevas
La obnubilada
La dispersa
La histericoide
La cabrona
La pisoteada
La nunca amada
El algodón de dulce que nadie compró
El cigarro que no se fumó
La virginidad que no se rompió
La caducidad de la vida
El contenido nutricional de las latas del desamor
El desamparo inaudito
El lamento solitario
Los labios marchitos

(-Gabriela, Gabriela, Gabriela...- ese sonido que no volverá)

A la Mar... (Que no volverá a ser Azul)

Mamá me ha visto, dice que mis ojos parecen perdidos por ratos, como si se fueran de este mundo y habitaran en uno que reside allá, entre las telarañas en las esquinas de la casa.

Yo no entiendo lo que dice, son frases tan complejamente estructuradas que mi razón no alcanza a percibir una secuencia tan lógica. Me asbtraigo de nuevo y sigo contando los mosaicos tan metódicamente ordenados del suelo. Y pienso en ser ellos: Un orden autómata en busca de perfección.

Mamá sigue su discurso sobre la soledad, la paz espiritual y los ansiolíticos (se ha convertido en buena conferencista últimamente); y en los ojos, por ratos, pareciera que le brilla la vida perdida de mi hermano.

Habla sobre la intención de llevarme a la mar, respirar un aire fresco, escuchar sus sonidos de calmada tempestad, reír bajo el sol que tuesta la piel y recostarme en la comodidad de la arena fría.

Le digo que NO, y en ese "NO" le imprimo mi mar, la mar que habita en mi cabeza desde que él no está. La mar de huracanes, de lanchas sin redes, de peces muertos.

Mamá no sabe. Mamá no sabe que ya no estás, que no estuviste, que de haber estado, habría notado el momento en que me dejaste, que no hay mejor ansiolítico que tus brazos que no me sostienen, que me vituperan como el error que no se atreven a admitir.

Las 6 Letras que Quedaron de la Sopa

Olvidé lo kilométrico que se torna el mundo, especialmente el que existe en el traspatio, cuando me pongo estos ojos. Son 21mil zancadas las que hay que dar para darse un atisbo del final de la muralla que lo limita como ridícula protección contra la realidad con que colinda.

Había ahí cientos de piedras que, dormidas en su perfección, soñaban con ser diamantes algún día; y esto lo sé porque una lo dijo desde la duermevela que la tenía presa. Así que pasé, muy cuidadosamente, entre las emanaciones oníricas de mis compañeras y m senté en una de ellas: la más grande, con sueños más pequeños.

El cielo era de una simpleza tan extraordinariamente confusa, tan absurdamente azul e irónicamente limpio, que bien podría haberlo hecho un MiguelAngel de esquina, como un MattGroening cualquiera.

Llamé al perro (ese que tu odias como tantas cosas que me hacen feliz), y en mi displicente espera pensé en tí, pensé tí como cada vez que respiro, instintivamente. Pensé en vos, en vos, como cada vez que miro al espejo estos ojos ribeteados, compulsivamente. Y pensé en nos, ese nos que no existió y que, por ende, no volverá.

Tus dedos derechos y viriles, tus ojos que todo lo esconden y atrapan, tu piel que da vida a mis dedos, tu delgado labio inferior (catecúmeno favorito de mis cuidados), tus cabellos que caen como cascada de notas en un concierto de Paganini.

Y encendí un cigarro, e improvisé un cenicero con mi piel (que no es nada sin tus manos en pos de ella), y te la regalé a ti con cada terminación nerviosa que pudiera tener, y con cada aroma que de ella pudiera rezumar.

Fue entonces que los cielos cayeron sobre mí, abrí los ojos que ven lo que es y rechazan lo que no. Cayó el cielo de noviembre, sintiéndose culpable de toda la cadena que le seguía. Cayó el cielo de diciembre con esa expectativa de lo deseado, de la callada lujuria no consumada. Vino el de enero, con ese beso cardíaco y las noches de efectos secundarios. Y así llegaron los cielos, cada vez más cargados de histerias a granel hasta que se detuvieron; dijeron que abril no vendrá.

Pensé entonces que todo habría sido más fácil si... Y es que nada es fácil hoy, y no lo es más el pensar la forma de aligerar el peso de tu ausencia que se encarna en estos mis hombros tan tuyos como mi boca y razón.

Y pasaron las horas, el perro no llegó... Y si lo hizo jahmás lo noté.