18.3.07

Las 6 Letras que Quedaron de la Sopa

Olvidé lo kilométrico que se torna el mundo, especialmente el que existe en el traspatio, cuando me pongo estos ojos. Son 21mil zancadas las que hay que dar para darse un atisbo del final de la muralla que lo limita como ridícula protección contra la realidad con que colinda.

Había ahí cientos de piedras que, dormidas en su perfección, soñaban con ser diamantes algún día; y esto lo sé porque una lo dijo desde la duermevela que la tenía presa. Así que pasé, muy cuidadosamente, entre las emanaciones oníricas de mis compañeras y m senté en una de ellas: la más grande, con sueños más pequeños.

El cielo era de una simpleza tan extraordinariamente confusa, tan absurdamente azul e irónicamente limpio, que bien podría haberlo hecho un MiguelAngel de esquina, como un MattGroening cualquiera.

Llamé al perro (ese que tu odias como tantas cosas que me hacen feliz), y en mi displicente espera pensé en tí, pensé tí como cada vez que respiro, instintivamente. Pensé en vos, en vos, como cada vez que miro al espejo estos ojos ribeteados, compulsivamente. Y pensé en nos, ese nos que no existió y que, por ende, no volverá.

Tus dedos derechos y viriles, tus ojos que todo lo esconden y atrapan, tu piel que da vida a mis dedos, tu delgado labio inferior (catecúmeno favorito de mis cuidados), tus cabellos que caen como cascada de notas en un concierto de Paganini.

Y encendí un cigarro, e improvisé un cenicero con mi piel (que no es nada sin tus manos en pos de ella), y te la regalé a ti con cada terminación nerviosa que pudiera tener, y con cada aroma que de ella pudiera rezumar.

Fue entonces que los cielos cayeron sobre mí, abrí los ojos que ven lo que es y rechazan lo que no. Cayó el cielo de noviembre, sintiéndose culpable de toda la cadena que le seguía. Cayó el cielo de diciembre con esa expectativa de lo deseado, de la callada lujuria no consumada. Vino el de enero, con ese beso cardíaco y las noches de efectos secundarios. Y así llegaron los cielos, cada vez más cargados de histerias a granel hasta que se detuvieron; dijeron que abril no vendrá.

Pensé entonces que todo habría sido más fácil si... Y es que nada es fácil hoy, y no lo es más el pensar la forma de aligerar el peso de tu ausencia que se encarna en estos mis hombros tan tuyos como mi boca y razón.

Y pasaron las horas, el perro no llegó... Y si lo hizo jahmás lo noté.

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