16.3.06

Y así, Tulio vivió en el enajenante segundo escondido en los cabellos tricolor. La Ruta 23 era el tren del Némesis de las tardes.
Y asi era, a las 5 de la tarde, de cada día con su crepúsculo indiferente, Tulio se sentaba en la parada a ver a Luisa salir de aquel edificio metálico (que decía ser una gran obra de ingeniería).
Siempre preguntándose el destino de aquel vagón urbano, o mejor aún, los secretos que podría encerrar en los exhalares de esos cabellos azules, rojos y amarillos. Se veía entonces, hablando con ella acerca de su recién publicado libro, o los nuevos acordes que le enseñó a su guitarra. Y es que Luisa era tan versátil y perfecta, que bien podía ser una estrella jugando a ser humano.
Y Tulio tan simple, tan azul, tan analfabeta en las artes del amor (que pueden confundirse con clases de anatomía), tornábase entonces en una lágrima incapaz de llorar, y se escurría taciturno entre las calles para llegar a la morada que le esperaba sin novedad alguna.
Y es que no hay novedad desde que Luisa ¿existe?(y si no lo hace, en verdad no importa).
Las mañanas entonces ya no eran grises, ni inanimadas, y así, Tulio le hablaba al café de las 7, y pasaba la vista sobre la pila de periódicos que se formaba en su puerta. "¿A quién diantres le importa el mundo teniendo la más grande de las noticias en la parada a las 5 de la tarde?"
Era entonces cuando abandonaba el lugar y se encaminaba al tedioso hastío de cada día. Y así, Luisa (si es que ese era su nombre), se convertía en alucinógeno y xilocaína.
Y aún sin explicarse como, tras sus montañas de segundos, llegaron lóbregas las 5 de la tarde, y la rutina moría, solo por el instante en que esos cabellos ondearan al viento como pequeñas amarras tentando a lo imposible.
En esto pensaba Tulio mientras Luisa hacía el recorrido de aquel pandemonio metálico hacia el reconfortante cobertizo de la parada. Se sentaba en el mismo lugar y hacía unas pocas anotaciones en las hojas que siempre cargaba consigo.
Pero un día nunca es igual al otro, como cada cabello tricolor tan perfectamente acomodado, así era la anatomía de cada una de esas hebras de Medusa y no fue sino la cascada de suspiros cromáticos que recorrían su espalda lo que llamaba a cualquier insignificante acontecimiento.
Fue entonces que el entrometido Ehecatl movió las hojas al ritmo de las emociones Tulianas, atrayéndolas en una danza de incontinuidad.
Tulio, con cierto dejo de excitación, tomo una pequeña hoja y la situó entre los dedos del sol de las 5 de la tarde.
-Gracias- dijo Ojos Azules, y tomó la Ruta 23.
Le dijo "gracias"... no le dijo su nombre, pero le dijo "gracias". Y así, Tulio se fue volando, soñando con un mundo lleno de verduras.