19.2.09

De Por Qué Ya No Hay Dinosaurios (Ni Tulipanes) En El Jardín

A él le gustan los dinosaurios, tiene toda una colección de ellos. Los guarda en el jardincito que esconde en su mochila. Los alimenta siempre a la una en punto de la tarde, cuando el sol aun se encuentra casi en su cenit y prepara sus cosas para encaminarse a la escuela vespertina, donde estudia las letras, los nombres y las fechas.
Ese día lo encontré en el parque, supongo que sus “mascotas” dormían; era de noche y no emitieron ruido alguno. En cambio él (o al menos sus ojos) estaba más despierto que de costumbre; muy callado, eso sí. Reía y comía chocolate a falta de qué hacer un miércoles del onceavo mes.
Yo lo puse en el estante y arreglé toda la casa. Quité las telarañas del ayer, sacudí el polvo vetusto de los años de espera, tiré los muebles pesados y sembré tulipanes en el jardín trasero. Todo para invitarle a tomar el té y jugar al memorama el domingo; no para decirle que lo amaba, no para encadenarlo a mi vida, no para cortarle las alas y hacerme una almohada con sus plumas.
Se metió en mi vida sin tocar a la puerta, que había quedado entreabierta para el paso del aire y desahogo. Se adueñó de mi duermevela, conquistó las cosquillas de mi nariz con su cabello de andrajo y acurrucó a sus demonios en el latente revólver de mis pasiones.
Y así, calcé una tarde los zapatitos rojos, serví el té, puse el mantel de cuadritos y esperé paciente. Él llegó, como quien llega a su casa sabiendo donde estará todo, como quien regresa al hogar después de una larga jornada. Tomó té y platicó largo rato sobre mandrágoras y Maupassant. Dibujé largo rato su boca en mi cabeza, trazaba y trazaba con ese lápiz de mis ansias, temerosa de olvidarlo todo al día siguiente.
Entre taza y taza, navegué el furibundo mar de sus labios, me perdí en su inmensidad, encallé en sus islas más de una vez, y sus huracanes desconcertaron la veracidad de mi brújula.
…Y se fue. Se fue tirando los platos, las tazas, el florero y la campanita del centro de mesa. Se fue en el más sórdido de los silencios, en la más estridente de las confusiones. Se fue dejando sus libros, su música, ¡ay! ¡sus dinosaurios! Se fue para no volver.

Hoy día, no recuerdo cuando fue la última vez que lo vi. Hoy día, él ha cambiado, y no es él. Él encontró otra ella, y ella no sabe; no sabe de dinosaurios, ni de mandrágoras, ni de la mar de sus labios. Ella coexiste, ella no le dibuja, ella no le crea, ella no sabe de su identidad de dios egoísta en este mundo de tulipanes. Hoy día, sus dinosaurios han acabado con mi jardín.

1 comentario:

konejo dijo...

ooohhh este kuentito komo me encanta jejeje sabes ke es asi jeje, te kiero y te mando un gran beso sabes ke te kiero un chingo inche pompix