20.2.09

En los ojos de un poeta,
llamado Nevermore,
yo me reflejé un febrero;
Para marzo
se había ya diluido
y flotaba
con la espuma del mar.



Nevermore es mi negativo perfecto. Tiene los dedos rectos y bonitos de donde salen caricias, dibujos y fastuosos poemas. Tiene pasos largos y lerdos, y muchos secretos que cree que yo no sé. Posee también esa tranquilidad cínica del hambriento mar, y en sus labios vive un lunar casi imperceptible.
Cuando cierra sus ojos (que son poesía a su vez), yo lucho con todas mis fuerzas por prenderme de alguno de sus cabellos. Pero ¡Ay! ¡Es inútil!, su cabellera lisa es el suceso más imposible de entender.
Cuando dan las cinco, y entonces tengo la certeza de su ubicación, yo muerdo el tiempo para que se detenga y nos de un segundo a solas. Pero él divaga con sus dinosaurios y los chocolates que yo le tiré al río en medio de mi furia.
Yo le tengo secretos que le guardo en papelitos que más tarde aviento a su ventana que siempre está cerrada.
Hoy sé que Nevermore siempre será así, incuantificable y leve como la vida, testarudo como la vejez y explosivo como su risa que estalla los tímpanos.
Yo sé que puedo escribirle, sin miedo al rídiculo, las cursilerías vagas que, con su recuerdo de miel, me hacen cimbrar el cuerpo. Sé que estaré ahí cada noche, esperando el evento que, por azar, haga abrir esa ventana.

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