Barca a las rocas,
nadar,
no hay otra
Un frío sobre la piel vertebrada tan noche de invierno
sin luces ni estrellas ni aullidos lejanos
y el negro real del espeso bosque de la ira
y el no saber adónde virar el timón
Un odio inagotable por el tiempo,
por lo lento, lo extenso,
por lo arena en las manos,
por lo trágico (en términos aristotélicos),
por irónico y burla de risa medialuna
Un odio que rasga porque crece
porque no cabe
Y ese saber que ya ni caso tiene porque la orilla está lejos
y nadie vendrá a buscarme
nadie
Y mejor que no lo hagan
porque estoy tan salitre y llaga,
tan escorbuto,
tan mordida de escualo y golpe de coral.
Y no hay caso en este
¡AUXILIO!
de ridículo temor
Pero un náufrago marca sus SOS en la orilla
por puro instinto,
aún sin esperanza,
aún sin ganas.
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