8.1.07

¿Y si te dijera que Sí?

Me tomarías entres tus brazos y jurarías ser el hombre más feliz del mundo. Construirás una cabaña alejada de la oxidación, las fieras y la sal. La puerta roja, entonces, será el umbral que me recibirá cuando decida encerrarme en el vestido blanco. Sentiremos que cada espacio se llena con los rituales nocturnos, ahora legales y sagrados.

Pasarán las piedras, y sentirás que dos nunca serán suficientes para miles de eternidades; y así verás, con desesperación, cada día veintiocho que tu semilla no ha germinado en mi vientre.

Edificaremos entoncés muros, donde sólo nos veamos en época de apareamiento y utilizaremos nuestros cuerpos como instrumento y caballete de las abstracciones que abortaré cada mes. Hasta que, escarnecido y muerto de hilarancia, Dios nos envíe su ironía en el momento en que nos dejamos y voletamos nuestras camas en direcciones transversales. Se acabará entonces el Kama Sutra y la histeria.

Crecerá nuestro hijo en cada vientre del cuerpo y la casa, en cada mordida y sabor de las lenguas, y vivirá de manías y depresiones. La casa permanecerá llena de risas, desesperación, lácteos y calostros sucios. Le leeré El Principito, y la verdadera Sirenita (ésa que se termina disolviendo y haciéndose una con la mar), escuchará a Alicia, y cuando tenga edad, él mismo descifrará su propio país de maravillas.

Llegarás a la casa, y como rutina, rodearás mi cabeza con tus dedos y besarás mi frente; preguntarás, como instinto, por Diego Eduardo y titubearás, como novedad,¿Haremos el amor hoy?

Irás entonces a la cama con tu desnudez desgastada a arrebatarle a tu hijo la mujer de los pechos santos. Lo dejrás huérfano por una noche, y le impregnarás el mundo con un olor que buscará en otra mujer, lejos de su hogar.

Pasarán las primaveras, y los polvos, y tu cabello. Y llegará el día en que te verás, con sorpresa, odiando el día en que firmé tu mayor estupidez.

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