5.12.08

Él se va para siempre. Así lo dictamina la noche que huele a fracaso, así lo dictaminaron las lágrimas de desesperación que salieron de los ojos de Alba. Ese ha sido el veredicto de esta soledad que se impregna en los sillones mientras la sala se inunda de miedo.

Alba no suele enfermarse, pero cuando ocurre, lo hace de gravedad. Y su corazón late, enfermo, acongojado en su pecho que enardece en el candor que le explota desde dentro. Su corazón enfermó, enfermó de gravedad al ver al joven de los cabellos de rizo partir. Enfermó al ver su silueta lejana devorada por el sonido vago del adiós. Enfermó al sentir su nombre cada vez mas apagado en el cenicero yerto de su alma. Y enfermó, se dejó enfermar. La enfermedad mortífera del desamor le ha infectado el miocardio y se come cada uno de sus tejidos.

Alba quiere pelear. Está decidida a pelear por lo que quiere (si es que sabe lo que quiere). Y esta noche, cada piedra/día le ha caído en el pecho y le pesa, y le arde, y le duele amargamente. Esta noche no va a cerrar los ojos, ni vera en sus adentros, porque todo se le pudre, todo se le está muriendo. Y así, con sus vísceras agónicas, Alba suelta el suspiro que le ha de lastimar el alma, para nunca dejarla cicatrizar.

Alba despierta (para darse cuenta que nunca estuvo dormida)

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