23.11.05

Introducción (Inspirado por mi grano de Sal... A placer de Ojos de Alambre)

Érase una vez, en un antiguo imperio de Macondo (porque siempre tiene que haber algun lugar llamado asi), un emperador vanidoso, cuyo palacio era de espejos. Cuando se colaban las luces se podía ver un espectaculo señorial, como creado por la divinidad celestial. Sus banquetes eran los más majestuosos de la comarca, se despilfarraban fortunas para cuidar el buen nombre de este egocéntrico soberano, las más exquisitas fuentes, sobre vajillas de plata, cortinas de terciopelo, y mil sirenas cantando con estridente armonía.
la magia envenenaba el ocioso letargo de los asistentes, y cada paso de las bailarinas era como calculado por el más hermoso hado. El rey sentábase en el trono, al fondo del salón, y se acompañaba de los más ilustres y valientes caballeros de la legión.
Más allá, en la esquina, en vestidos de seda durazno, Con especial encanto, sus dos hermosas hijas adornaban la vista iluminada por los reflejos que chocaban y se hacían el amor en rayos de claridad.

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